cabecera

lunes, mayo 09, 2005

cuentos

Había una vez un niño cuyo máximo sueño era volar.
Se pasaba el día hojeando las revistas de aviones, construyendo maquetas de pequeños aeroplanos formados por miles de piezas, mirando al cielo y viendo como las nubes se difuminaban, se unían y separaban, se fundían con el horizonte desamparado.
Un día el niño decidió que no podía esperar más, todavía le quedaban 6 años para ser mayor de edad y comenzar un curso como piloto en alguna escuela especializada, la idea de un vuelo en un avión comercial tampoco le convencía; quera vivir esa experiencia sólo, no estar acompañado de decenas de personas pidiendo bebidas y hablando de cómo sería el lugar donde iban.
Él quería algo distinto, quería saber cómo se sentía un ave en su vuelo, cómo sería la sensación de reconocer el aire fluyendo por cada poro de su piel, las corrientes manejando el camino invisible, creando la senda de su bagaje.
Entonces decidió subirse a la azotea de su casa.
Desde ahí podía ver su jardín a una distancia pequeña, la cortadora de césped, daba la impresión de estar esperando su salto. El niño decidió que aquel no era el lugar adecuado para lanzarse; la distancia al suelo era pequeña y no le daría tiempo a maniobrar y conseguir altura.
Después lo intentó en un puente cercano a su casa. Se subió al borde del mismo poniendo un pie delante de otro, el posamanos era estrecho, y tuvo que nivelar su peso poniendo los brazos en cruz. Cómo los equilibristas, pensó.
Una vez allí miró para abajo y comprobó que el agua del riachuelo que discurría entre los arcos del puente no se inmutó ante su presencia. Quizá le defraudó la visión, esperaba ver la típica imagen de la gente discurriendo por las calles como mínimas hormigas en su tarea diaria. Una vez más se arrepintió y hechó marcha atrás, quizá debiera buscar un lugar mejor.
Decidió ir al centro de la ciudad y subir al edificio más alto que su vista llegara a alcanzar. Una vez que estuvo en la terraza del piso superior miró para el suelo y vio lo que el quería; la distancia era tan grande que las formas se desdibujaban unas con otras y aquel paisaje le pareció el adecuado para su vuelo de iniciación. Subió a la barandilla y comenzó a sentir mariposas en el estómago, pensó que dentro de poco éstas estarían acompañándole en sus acrobacias. Un último impulso y su sueño se haría realidad.
Mientras realizaba su corto vuelo fue consciente de que ganaba el cielo pero perdía lo que había sobre la Tierra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mu chulo, en lavapies tb hay cuentacuentos, una buena forma de pasar unas horillas tomando algo y escuchando.....

La belleza de algunos sueños radica en la propia condicion de sueño....

Anónimo dijo...

El mejor sitio es el puente Segovia